LESIÓN DEL RECURSO MORAL


Resulta difícil imaginar a un país en goce de salud democrática y con pleno crecimiento y desarrollo económico sin la existencia del capital social, es decir, de ese entramado de redes sociales que definen a una comunidad volcada al respeto de las normas, los criterios de reciprocidad y confianza entre la gente, así como en acerados compromisos de participación con fines cívicos de la población..

De hecho, Robert Putnam establece una relación directa entre el capital social disponible y el funcionamiento de las instituciones democráticas. De ahí la importancia de cuidar y reproducir este capital que se alimenta del recurso moral y que atraviesa no solamente las estructuras políticas y sociales sino también el propio mercado que requiere sobre todo de confianza, ya que de otra forma se elevan los costos de transacción, los mismos que se reflejan, valga decir, en el pago de seguros y pólizas de cumplimiento ante la violación de los acuerdos o contratos pactados.

Como se ve, la presencia del capital social resulta ser determinante y tan necesaria para una colectividad como el disponer de capital económico y cultural.

Lamentablemente, en el Ecuador del siglo XXI, este recurso en vez de incrementarse se descapitaliza de manera acelerada. El resultado de ello es que los ecuatorianos no avanzamos a reconocernos, nos sentimos extraños y lo que es más despertamos una dolorosa desconfianza entre si. Asimismo, la cooperación y la participación ciudadana no son temas que se verifiquen en lo cotidiano.

En el fondo, existe una profunda pérdida de valores que habla de la destrucción del débil tejido social que arropa a nuestra nación. La moral y la ética, penosamente, se asumen como conceptos anticuados y hasta como una rémora. Tanto así que ahora sin mayor problema se echa la conciencia a la espalda como si se tratase de un simple saco de maíz…

Y es que se destruye el capital social, verbigracia, cuando está presente el acomodo y el más atrevido servilismo burocrático, cuyo torpe accionar no repara en atropellar groseramente las normas y los principios elementales del derecho, así como agrietar las bases institucionales. A lo mejor, en estos días concebir a una comunidad respetuosa del ordenamiento jurídico sean apenas “sueños de perro”.

También se destruye el capital social cuando nuestras autoridades y representantes, para no incomodar o contradecir al poder, optan por el silencio cómplice o una indigna política genuflexa…

Por lo mismo, hay que fortalecer el capital social, dejando atrás esa sociedad de corte hobbesiano en la que el hombre termina siendo el lobo del hombre. Es un deber de todo ciudadano apuntalar este objetivo, comenzando por rescatar el valor de la palabra tan devaluada en estos tiempos revolucionarios.

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