EL CAMINANTE POR LA PAZ


Al final el trabajo emprendido por el ‘caminante por la paz’ dio sus frutos. El encuentro conmovedor entre el Profesor Gustavo Moncayo y su hijo, Pablo Emilio Moncayo, cerró el doloroso y trágico capítulo que significara el cautiverio por más de 12 años de un joven militar colombiano a manos de las FARC-EP.

Si. La decisión y valentía de un padre pudo más que la adversidad y la demencia de un grupo guerrillero que hace tiempo perdió su norte y confundió los objetivos revolucionarios con prácticas sanguinarias, delincuenciales y violatorias a los derechos humanos. Fueron alrededor de 1,500 kilómetros recorridos por un hombre que exigió la liberación de los cautivos y, entre ellos, la de su joven vástago. Su voz incluso trascendió las fronteras patrias. Su eco se escuchó en foros europeos, región en la que alcanzó -valga decir- importantes adhesiones a esta noble causa.

Lamentablemente, la postura guerrerista del gobierno de Álvaro Uribe, complicó la situación de los prisioneros de un conflicto civil que desangra a Colombia por más de medio siglo. El uribismo le apuesta a la salida militar como mecanismo para vencer a los grupos insurgentes. De su parte, la guerrilla, mejor la narcoguerrilla, se encierra en su locura al apelar a la violencia, al secuestro, a la muerte y al narcotráfico como instrumentos para vencer al ejército regular. Con posiciones absurdas como éstas, lo único que se ha conseguido es agravar el conflicto armado en Colombia.

Penosamente, mientras que el Plan Colombia, por un lado, sea utilizado por el oficialismo como pretexto para aplaudir la intervención militar de Estados Unidos en esa República y, por otro, las FARC, se escuden en un desgastado y deformado discurso revolucionario, para justificar lo injustificable, es decir, las muertes y secuestros de civiles; Colombia está condenada a seguir siendo uno de los estados más inseguros del mundo, a pesar de que lo tiene todo para convertirse en una de las economías más prósperas de la región.

Ahora mismo, Pablo Emilio goza de ese precioso tesoro llamado libertad. Atrás quedaron aquellas oscuras noches e interminables días en los que el secuestrado a más de cargar cadenas en su cuello que lo ataban a sus verdugos, no lograba ver más que selva y más selva. Desgraciadamente, la civilización, ese espacio creado por la modernidad siempre estuvo ausente en estos duros momentos…

Doce años después, Pablo Emilio vuelve a abrazar a sus padres y familia, a muchos seguramente los encontrará viejos, desgastados por el paso de los años y el haber vivido el calvario de tener a un hijo, a un hermano o a un sobrino, en medio de la inclemente selva colombiana. En otros casos, recién conocerá a nuevos miembros de su familia que llegaron mientras él permanecía preso por sus captores en la amazonía.

La mirada profunda de Gustavo y Pablo Emilio en el instante de su reencuentro dejó entrever que más pudo el amor de un padre y su hijo, que doce años de un absurdo secuestro. Más pudo el carácter de un humilde profesor, así como de un valeroso militar colombiano que la bestialidad de quienes desde el poder o de la violencia juegan a ser Dios.

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