EL CABALLO DE ATILA


No se trata del fin del mundo, sino más bien de un grito desesperado de un maltrecho planeta que no resiste más abusos de parte de una sociedad contaminante y depredadora. Precisamente, esa visión destructora y nociva del ser humano contra la madre naturaleza podría compararse con la reputación del caballo de Atila (Othar), del que se decía que “donde pisa, no vuelve a crecer la hierba”.

Si. El hombre del siglo XXI, ese mismo que aporta al desarrollo de la ciencia y tecnología, es quien también enferma al planeta ya que al igual que Othar, este “animal” de nuestros días, donde pone sus pies no vuelve a crecer la hierba. En verdad, resulta difícil entender la paradoja que plantea el avance de la modernidad y el colapso acelerado de nuestro medioambiente. Es como si se tratara del choque de dos formas de civilización, la una racional y la otra salvaje.

Lo cierto es que ahora mismo la tierra llora, se estremece, sacude y convulsiona, desde sus mismas entrañas, como muestras de dolor frente a una actitud demencial del homo sapiens. En efecto, terremotos, temblores, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones y sequías no son otra cosa que cosechas de una siembra promovida por la acción de un hombre irracional obnubilado por el consumismo y las teorías neoliberales que no tienen otro referente y objetivo que acumular riqueza a cualquier coste.

Por lo mismo, corresponde a las economías del primer mundo emprender en acuerdos y compromisos puntuales encaminados a reducir en niveles importantes la emisión de los gases invernadero y con ello desacelerar el calentamiento global y los graves problemas que de él se derivan. Hay que entender que crecimiento económico y defensa de la naturaleza no son conceptos contrapuestos e irreconciliables; por el contrario, se trata de dos objetivos que pueden y deben alcanzarse simultáneamente.

Asimismo, es obligación de los países en vías de desarrollo implantar o robustecer las prácticas con sello verde. Hay que convertir a las urbes en ciudades ecológicas, como fue el caso de Loja durante la administración del ex Alcalde José Bolívar Castillo, cuya administración encausó a nuestro vecindario en la senda del progreso y modernidad. Hoy, lamentablemente, apenas nos quedan aquellos buenos recuerdos de una ciudad que fue uno de los mejores referentes del buen gobierno municipal tanto en el ámbito nacional como del exterior.

La tierra a diario reclama atención y respeto. Pero hay que tener claro que la defensa de la naturaleza no es solamente responsabilidad de los gobiernos, sino también de la propia sociedad quien debe cultivar sobre todo en la niñez y juventud el amor y la defensa del planeta por ahora enfermo y debilitado.

Hay que revertir aquella tendencia suicida de las sociedades postmodernas que permanentemente agravan a un ya deteriorado medioambiente y en cuyo malestar la tierra enfurecida brama, escupe fuego y se retuerce con violencia conforme se lo registra en la escala de Richter.

En definitiva, la sociedad del siglo XXI debe dar paso antes que al caballo de Atila, al hombre nuevo y racional...

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