LA MATANZA DE TAMAULIPAS


La masacre de 72 migrantes en el estado mexicano de Tamaulipas conmocionó a la comunidad internacional, quien ha reaccionado enérgicamente contra la acción demencial del cártel de los Zetas, organización narco-delictiva azteca que pretendía reclutar a jóvenes en calidad de sicarios para su organización criminal.

Dentro de las víctimas se cuenta a hombres y mujeres de centro y sudamérica los que empujados por la pobreza y en su afán de llegar a EE.UU para construir el llamado sueño americano, cayeron lamentablemente en garras de los conocidos coyoteros, que no son otra cosa que perversos traficantes de personas que convierten a su carga humana en mercancías o simplemente las abandonan a su suerte en terceros países. Y entre esa lista de desheredados del sistema capitalista se encontraba Luis Freddy Lala Pomavilla, ecuatoriano que junto a un hondureño y salvadoreño sobrevivieron a la matanza y hoy cuentan su drama.

Ciertamente, resultó conmovedor escuchar el relato de Luis Lala, quien describió lo sucedido durante esas horas de horror: “En la noche del sábado, como a las diez, nos rodearon tres carros, salieron como ocho personas bien armadas. Ahí nos rodearon todos, nos bajaron del carro y nos metieron a otro…(…) Nos llevaron a una casa, ahí nos amarraron de cuatro en cuatro las manos para atrás, nos tuvieron una noche. Después nos botaron boca abajo y escuché que disparaban (...) por ahí al lado, pero no, disparaban a mis amigos. Luego llegó disparando a mí y mató a todos los otros. Acabaron de disparar y se fueron, mataron a todos…”.

Cuando uno escucha absorto e indignado la historia de este humilde compatriota, se pregunta: ¿cuál es el pecado cometido por los pobres para merecer tanta desgracia y tribulación?. ¿Se convierte en criminal quien abandona su pueblo para buscar mejores días en tierras lejanas?. ¿La situación de indocumentado torna al migrante en una plaga que hay que combatir?...

Paradójicamente, en un mundo globalizado donde el capital y las mercancías circulan a una gran velocidad, es el hombre, el principal factor de la producción, quien encuentra trabas para su movilidad. Penosamente, en un sistema donde predomina el capitalismo financiero y la especulación, las personas se han degradado a la categoría de ‘cosas’ y como tal es reconocida por el mercado y todos quienes adoran al becerro de oro. En esa circunstancia, si el individuo tiene capacidad para producir bienes o servicios será identificado como parte de la oferta o, por el contrario, si cuenta con suficientes ingresos para comprar esos mismos bienes o servicios, será etiquetado como demanda. Y quienes por su condición de pobres o indigentes no están en capacidad de ofertar o demandar, simplemente no existen para un modelo neoliberal sin rostro humano. Aquí encontramos, precisamente, a los migrantes, a los indocumentados, quienes renunciando a su Patria y a su familia, deciden cruzar la frontera, en busca de trabajo… Ese es el mayor delito para un capitalismo deshumanizado, para una aldea global gobernada por principios estrictamente economicistas.

Es hora de parar tanta barbarie…

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