MUERTE EN LAS VÍAS


Los accidentes de tránsito ocurridos en las inmediaciones de la laguna de Yambo y en Bastión Popular, dejan un saldo trágico de 54 fallecidos y 18 personas heridas, provocando desgarradoras escenas de dolor y desesperanza entre familiares y amigos de las víctimas, así como una enorme conmoción en la ciudadanía.

En verdad, estos dos fatídicos eventos pasan a formar parte de las ya abultadas estadísticas que dan cuenta de 939 muertos y 7,887 lesionados como resultado de 9,194 accidentes ocurridos entre enero y julio de 2010, en las diferentes vías del país, lo cual denota una siniestralidad que se torna altamente preocupante.

Pero lamentablemente en el Ecuador de hoy, las autoridades responsables de ofrecer respuestas frente a estos hechos, han procedido de la misma manera en que lo hicieron en su momento quienes estuvieron participando en la larga y triste noche neoliberal; esto es, actuar en forma re-activa antes que pro-activa.

Ciertamente, en estos días y solamente luego de ocurrido los accidentes de tránsito que han cegado la vida a medio centenar de personas, se han multiplicado los controles por parte de la Policía, verificando el estado de los vehículos, así como la condición de los choferes.

Inclusive, el propio Presidente de la República, en tono enérgico, cuestionó el desempeño de la Policía Nacional, al restregarles en el rostro la participación tardía de la Institución. Además, insistió ante la Legislatura en la necesidad de emprender en una reforma a la Ley de Tránsito a fin de posibilitar la sanción de los infractores.

Como vemos, ya sea el Primer Mandatario y sus rabietas; la actuación de una cachacienta Asamblea Nacional y de un sistema de justicia dado al garete; el control inoportuno e insuficiente de una Policial o CTG con pies de plomo; la gestión de una miope Comisión Nacional de Tránsito que sólo falta que lidere una manifestación ciudadana en contra del alto número de accidentes en las vías; o, la insensibilidad de conductores y peatones, dejan entrever que en el Ecuador, por más mentes lúcidas y corazones ardientes que se hallen inmersos en la administración de la cosa pública, se procede para el corto plazo, sin planificación.

Que en las calles y carreteras no se sigan dibujando corazones azules, implica asumir un cambio cultural de todos los actores que intervienen en el tránsito y la seguridad vial.

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