¿AL BORDE DEL DESBORDE?

Francisco Huerta Montalvo, como experimentado y agudo político, en el año 2009 advirtió con claridad que nuestra llacta corría el riesgo de convertirse en una ‘narco-democracia’ en tanto este flagelo -elevado a la categoría de bestia apocalíptica del siglo XXI- amenaza con arrancar a dentelladas el débil tejido social y contaminar al Estado y sus instituciones. En verdad, el Ecuador hace rato que dejó de ser una isla de paz. Lamentablemente, la actividad ilícita relacionada con el tráfico de drogas y el crimen organizado van ganando cada vez mayor espacio y con ello la inseguridad ciudadana, entendida ésta como una realidad tangible y no como una simple percepción que anida solamente en la mente de académicos con actitudes genuflexas ante el poder. Y es que el país no sólo es una ruta para el transporte de los estupefacientes. Ahora, la fuerza pública también desarticula con frecuencia laboratorios que son utilizados para el procesamiento de los alucinógenos, develando que el narcotráfico multiplica sus poderosos tentáculos y adquiere mayores niveles de complejidad. Ahí están, precisamente, los gigantescos decomisos de drogas que se cuantifican por toneladas, la presencia fantasmal de naves aéreas y marítimas, tales como avionetas, submarinos, semi-sumergibles, lanchas rápidas, que son usadas como vehículos para movilizar el alcaloide. En esta lucha, la policía nacional libra una guerra importante, pero no suficiente, pues es necesario articular acciones globales o por lo menos regionales que permitan enfrentar a este mal con respuestas amplias e integradoras, pues, la visión parcial y el fundamentalismo ideológico no bastan para cumplir con esta titánica tarea. Además, se hace urgente avanzar en aquello de atender las observaciones presentadas por el Grupo de Acción Financiera (GAFI) en materia de legislación para combatir tanto el lavado de activos como el financiamiento del terrorismo y abandonar esa incómoda lista negra en la que vergonzosamente el Ecuador hoy permanece. Por eso las autoridades gubernamentales deberían identificar que el enemigo no son los medios de comunicación, la oposición o el simple ciudadano que disiente con el discurso oficial. No. Los esfuerzos deben estar orientados a enfrentar a la pobreza, la corrupción y el tráfico de drogas, a ese monstruo que no se limita únicamente al cultivo, sino también al procesamiento, transportación, distribución y venta de estupefacientes, incluido el negocio de precursores, el lavado de dinero y el negocio de armas ligeras. Como se aprecia, es necesario reflexionar en torno a las expresiones de Pancho Huerta quien no solamente ve la posibilidad de emerger una narco-democracia, sino ahora advierte –de no mediar el actual estado de cosas- el peligro de una ‘narco-dictadura’, en tanto el sistema democrático, por otra parte, se debilita con el pasar del tiempo ante la ausencia natural de pesos y contrapesos que permiten colocar límites al poder, el cual vanidosamente cree que su pensamiento ha sido elevado a la condición de evangelio y que, por lo mismo, hay que seguirlo a pie juntillas, sin cuestionar, sin hablar, sin alzar siquiera la mirada.