No, señor presidente

La nación, según Benedict Anderson, se define como una comunidad política imaginada, es decir, como una construcción social, en la que las personas, sin necesidad de conocerse personalmente, se identifican como miembros de un mismo grupo, con base a comunes referencias históricas, étnicas, culturales, lingüísticas, etc., que alimentan su relación con el sujeto colectivo. Como se entenderá, al ser una construcción social, se trata de un proyecto inacabado y que, por lo mismo, puede tener avances o retrocesos en aquello de robustecer o no a esa conciencia de pertenencia, más aún en un entorno de tensión entre lo local y global que promueve el fenómeno de la globalización y su proceso homogeneizador. Por lo mismo, en este escenario, también juega un papel fundamental lo simbólico en aquello de afianzar la identidad de una nación. No obstante, al interior del gobierno del presidente Lenín Moreno, al parecer muy poco se sabe de esto. Por el contrario, sus decisiones apresuradas hablan, más bien, de improvisación y de respuestas meramente coyunturales ante el deterioro de la economía. Y para poner en evidencia aquello cabe mencionar dos casos emblemáticos: El uno, relacionado con el Decreto Ejecutivo No. 1057 del 19-05-2020, a través del cual se dispuso la extinción de la ‘Empresa de Ferrocarriles del Ecuador, Empresa Pública FEEP’, argumentando ‘…una optimización institucional que responda a las demandas sociales y económicas sobre las cuales se han definido las prioridades de Gobierno…’. El otro, vinculado con el Decreto Ejecutivo No. 1056 del 19-05-2020, mediante el cual, de un plumazo, asimismo, se declaró la extinción de la ‘Empresa Pública Correos del Ecuador -CDE E.P’, utilizando idéntica explicación que la anterior (en realidad un copy paste). De esta manera, y en medio de la pandemia del coronavirus, y con una clamorosa indiferencia de las autoridades gubernamentales, se han enterrado, sin mayor trámite y despedidas- a dos elementos icónicos no sólo de la vida republicana del Ecuador sino de la nación misma. En un caso, tenemos al ferrocarril construido en los gobiernos de García Moreno y Eloy Alfaro, considerado ‘el tren más difícil del mundo’ ya que debió superar los desafíos de una intrincada geografía andina. Claro, en el Palacio de Carondelet se ignora que detrás de esos rieles, de esas locomotoras, del ingenio de Archer y John Harman, Jameson Kelly y de muchos otros trabajadores, estuvo un proyecto que fue más allá de convertirse en un simple medio de transporte, sino que, sobre todo, ayudó a construir y fortalecer -de manera decisiva- el sentido de nación al aproximar a dos regiones geográficamente distantes e incomunicadas, esto es, a la costa con la sierra. En el otro, está la Empresa Nacional de Correos, cuyos inicios se remonta al nacimiento mismo de la República cuando el 2 de mayo de 1831, el General Juan José Flores, expidió el reglamento del servicio postal ecuatoriano. De lo que se intuye en estas decisiones, frente a la urgencia de restringir el gasto público, se ha optado por un criterio meramente contable, sin tener en cuenta que con ello se afecta a dos elementos simbólicos identitarios de peso que han ayudado, a su modo, a reconocernos como ecuatorianos. Es importante subrayar que a estas pérdidas se agrega una también importante que se produjo a inicios del año 2000 como resultado de la crisis financiera que asfixió a la economía doméstica y que obligó a dejar a un lado el sucre como moneda nacional y asumir al dólar americano como medio de pago habitual. Al momento hay toda una nueva generación cuyos jóvenes ecuatorianos conocen más de Washington, Lincoln, Hamilton, Jackson, Grand, Franklin, etc., que el mismo Sucre, Bolívar, Espejo, Rumiñahui, Rocafuerte, Moreno y Alfaro. Hay que recordarle al señor presidente que los ecuatorianos no nacimos con la primera Constitución de 1830 sino que, como hemos dicho, somos producto de esa comunidad imaginada en permanente construcción a la que hay que ayudar a consolidar.

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