Una amistad inesperada

Giuseppe Gruca, un viejo bonachón, más conocido en el barrio como GG, desde que comenzó la cuarentena ordenada por el gobierno como medida para ralentizar el avance de la peste, apenas si se lo ha visto asomarse al amplio ventanal de su dormitorio que lo conecta con el mundo exterior. Debe ser bastante difícil para un solitario arquitecto ochentón, jubilado desde hace más diez años, permanecer las veinticuatro horas del día confinado en su casa; más aún, cuando su principal y diaria distracción era recorrer la ciudad y sus calles, y contemplar una y otra vez, desde el ángulo adecuado, y con los dos brazos entrelazados en su espalda, cada una de sus imponentes obras, cuyos gratos recuerdos le animaban a dibujar en su ajado rostro una natural sonrisa; pues, a GG se le deben muchos los diseños arquitectónicos con el que se levantaron -en su momento- los edificios más icónicos de la urbe. A este ritual, casi obsesivo compulsivo, se sumaban las animadas conversaciones que Giuseppe mantenía con sus colegas pensionistas al final de cada tarde, utilizando para ello la misma banca del parque central, cuya propiedad en la práctica había sido reclamada por los ancianos a fuerza de la costumbre. Pero ahora, el temor a la pandemia y al estar dentro de los grupos más vulnerables de la población frente a la acción mortal del coronavirus, lo obligó al arquitecto -como suelen también referirse con respeto algunos de sus conocidos- a permanecer en su propia casa, otrora espacio alegre y bullicioso que estuvo habitado con su amada y difunta esposa y tres hijos que hoy viven en el extranjero y que, como expresión de una incomprensible ingratitud, lo mantienen en el olvido. Ayer, luego de treinta días desde que inició el aislamiento forzoso, GG subió a la terraza de su casa. Lo hizo para tomar un baño de sol. Se podía observar a simple vista las secuelas físicas y emocionales del confinamiento. Su mirada fija y triste se perdía en dirección al cielo y sus ojos, de vez en cuando, se esforzaban por tratar de ver infructuosamente más allá de lo que le permitían sus gruesos lentes. Permaneció Giuseppe sentado por más de dos horas en una vieja butaca, en completo silencio y observando al fondo esas inmensas montañas que cercan la urbe y pintan a lo lejos de un verde oscuro el horizonte. Pero el mutismo casi absoluto en el vecindario fue interrumpido por el canto de un parajillo que tenía el pecho cubierto de un color amarillo intenso y vistosas alas negras adornadas de caprichosas rayas blancas. De pronto, el silbido y belleza de la pequeña ave cautivaron la mirada de GG que alegraron de inmediato su rostro. Debió ser el color, la figura, la forma, los sonidos que atraparon el ojo escrutador del arquitecto. Claro que sí. Pero había algo más… Giuseppe se percató que la avecilla llamada ‘Golden Grosbeak’ no le tenía miedo. Por el contrario, permaneció a unos dos metros del anciano, situado en una de las ramas del frondoso árbol que se levanta imponente frente a la fachada de la casa. De a poco, el pequeño animalito se fue acercando a GG en una muestra de confianza sin precedentes. ¿Cómo es posible eso?, se preguntó desconcertado el anciano, quien -no obstante- abrió la palma de su mano derecha en señal de genuina amistad, y diciéndole: -ven ‘canario’, no tengas miedo!. Así, el anciano y su nuevo amigo permanecieron juntos por un buen momento, en silencio, mirándose entre sí, sin reservas, sin ansiedades ni temores…De pronto, una brisa se convirtió en la señal que este inusual encuentro había terminado y el ave emprendió su vuelo sin rumbo conocido. Atrás quedó GG quien cayó en la cuenta que a los tiempos volvía a sonreír. Desde entonces, en su interior, surgió una nueva y urgente necesidad: volver a ver a ‘canario’. Al día siguiente, a media mañana, mientras el sol iluminaba la ciudad, GG presuroso subió a la terraza en espera de encontrarse con su nuevo amigo. Lo hizo, en esta ocasión, acompañado de unas migajas de pan y de agua, para brindárselo al parajillo. Pasaron las horas y ‘canario’ no llegó. Entonces, una mueca de enfado y desilusión se incrustó nítidamente en el rostro de Giuseppe. A partir de esa tarde y otra vez solo, GG divagaba pensando en ese especial encuentro con el plumífero. Existiendo más preguntas que respuestas el anciano expresó para sus adentros: -Espero que te encuentres bien, en donde quiera que estés. Habían pasado ya dos días desde su contacto con ‘canario’, y cuando las esperanzas se desvanecían de volverlo a ver, el pajarillo de pecho amarillo estaba otra vez en la terraza, mirando desde hace algunos minutos a GG quien descansaba plácidamente en su asiento. El reencuentro fue especial, GG con sus manos acariciaba el plumaje del ave y éste le devolvía sus atenciones con unos delicados picotazos en su mano derecha y uno y que otro silbido. Desde aquel día y hasta que finalizó el confinamiento, ‘canario’ no dejó de visitar a GG. Se convirtió en un encuentro esperado, de dos buenos amigos que logran comunicarse sin siquiera soltar una sola palabra o sílaba. Pero el destino que lo tiene todo escrito había jugado en contra de esta verdadera amistad. GG al brindar sus cuidados y cariño a ‘canario’, sin querer, había desactivado en su amigo un elemento esencial para su supervivencia: desconfiar de los otros animales y del propio hombre, a quienes los ven como depredadores. Un buen día, algunas plumas amarillas esparcidas en la terraza daban cuenta del destino fatal de ‘canario’. Giuseppe, siendo como es, analítico y observador, en medio de su dolor, encontró algunos elementos que siempre estuvieron presentes en esta relación: el vuelo del pájaro y la libertad; la auténtica amistad y el sentido de plena confianza; y, desde luego, la muerte que ataca sin avisar, así como lo hace la peste al recorrer las calles en busca de víctimas…

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