LA CULTURA DE PAZ


El Presidente Rafael Correa planteó la necesidad de abrir un debate respecto a cantar la primera estrofa del himno nacional y con ello grabar –así lo entenderíamos- en los ciudadanos y, particularmente, en la mente fresca de niños y jóvenes su máxima: “prohibido olvidar”, respecto al colonialismo español y la posterior independencia política alcanzada por nuestros próceres y soldados, quienes un 24 de mayo de 1822 hicieron morder el polvo de la derrota a las fuerzas realistas.

En verdad, esta no es la primera ocasión en que se plantean variantes a nuestros símbolos patrios. Ya en la Asamblea de Montecristi, algún trasnochado constituyente propuso modificaciones en este sentido. Ahí se habló de incluir algunos elementos nativos en el Escudo, valga recordar, la concha spondylus, la wipala, el jaguar. A la final, la sensatez se impuso y no prosperó tamaño dislate; no obstante, hay que decirlo, en el vestuario, las camisas con motivos autóctonos en estos últimos años se han abierto espacio en el mercado interno, como resultado de una extravagante moda oficialista, cuyos miembros creen aviesamente que la revolución se construye con discursos, muletillas e imágenes.

En esta oportunidad, el Primer Mandatario sostiene que los ecuatorianos cantamos la segunda estrofa de nuestro himno para no ofender a España. Si esto fuera cierto, entonces al pronunciar la primera estrofa el propósito sería, cada vez que se pueda ¿restregarles en el rostro a los españoles lo sucedido en la época de la conquista y colonia?.

O acaso, con aquello de entonar: “Indignados tus hijos del yugo / que te impuso la ibérica audacia, /de la injusta y horrenda desgracia / que pesaba fatal sobre ti, / santa voz a los cielos alzaron, / voz de noble y sin par juramento, / de vengarte del monstruo sangriento, / de romper ese yugo servil”, ¿esperamos cambiar un triste capítulo de la historia?.

Más bien, es una obligación que desde el gobierno se implanten políticas públicas orientadas a crear una cultura de paz, en las que se establezcan condiciones para edificar una sociedad no violenta, sin complejos ni resentimientos. Hay que aprender a virar la página y construir un Estado cuyo pueblo se alimente no de las animadversiones o rencores del pasado, sino de los grandes objetivos de crecimiento y desarrollo económico que animan a las naciones civilizadas en el siglo XXI, donde la racionalidad y la lógica deben ser los principales puntales donde se asienta la modernidad.

Por lo menos así lo entendió, verbigracia, el eje París – Berlín, a pesar de las grandes diferencias y conflictos armados que enfrentaron a Francia y Alemania en 1870 y 1945, hoy convertidos en grandes aliados y principales socios dentro de la Unión Europea, sin que ello implique pérdida de dignidad y menos, muchos menos, de soberanía.

Tal parece que la revolución ciudadana aún tiene mucho que aprender, así como enormes pesos emocionales que descargar.

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