BAÑO DE SANGRE


Lo que sucede ahora mismo en el Medio Oriente es propio de una película de terror. Siria se desangra y lo que es aún más condenable, bajo la inacción de un mundo paradójicamente etiquetado de civilizado que no logra neutralizar el accionar de una mente desequilibrada como la del Presidente Bashar al-Assad.

Desde hace 11 meses que iniciaron las manifestaciones populares en ese país como respuesta al movimiento identificado como la primavera árabe, según estimaciones de Naciones Unidas más de 5,400 personas han muerto, lo que constituye un crimen de lesa humanidad que deberá, tarde o temprano, ser juzgado por la Corte Penal Internacional, a fin de responsabilizar a los autores de esta barbarie, cuya lista la encabeza el dictador de esa República.

¿Cómo entender, la posición de Rusia y China, por ejemplo, ejerciendo el derecho al veto al interior del Consejo de Seguridad de la ONU, y con ello bloqueando la posibilidad de poner no solamente fin a este holocausto del siglo XXI, sino también a un urgente cambio en la conducción del gobierno sirio?. ¿Dónde está aquella decisión que mueve a la comunidad de naciones y a sus instituciones, a defender los derechos humanos y fomentar la democracia en el mundo?. ¿Dónde está la llamada moral internacional?.

Sería bueno preguntar a los representantes de estos dos Estados permanentes del Consejo de Seguridad si los miles de mártires que han ofrendado sus vidas en las calles de ese rogue state como resultado del criminal ataque de las fuerzas militares contra su propio pueblo, acaso no ¿son razones más que suficientes para adoptar decisiones enérgicas y urgentes que permitan detener la matanza en esa conflictiva zona?. La respuesta es obvia, sin embargo, la doble moral con la que se procede y de la que se halla impregnada las relaciones internacionales no permiten actuar con racionalidad y sobre todo humanismo.

Una cosa es el principio de no injerencia de un estado sobre otro, a propósito de la defensa de la soberanía; pero algo muy diferente es adoptar una posición pasiva e indiferente frente al dolor que afrontan niños, mujeres, ancianos, jóvenes y adultos, bajo las balas asesinas de un régimen sanguinario que no conoce límites. La muestra más dramática en estos días se observa en la ciudad de Homs, lugar donde se han atrincherado las fuerzas de resistencia al oficialismo.

Consecuentemente, ante la locura del Presidente Bashar al-Assad debe imponerse el Derecho de Gentes y ejercer una efectiva presión la comunidad internacional, a fin de provocar la inmediata salida del sátrapa y el establecimiento de un gobierno que garantice la paz y el respeto de los derechos fundamentales de su pueblo.

Sin duda, en nada ayuda en estos casos esa estéril lucha ideológica o de corte fundamentalista que entorpecen los procesos de re-encuentro nacional y que conspiran contra prácticas deseables como la resolución pacífica de las controversias.

Es la hora de la reflexión. China y Rusia deben sopesar el efecto de sus decisiones en este conflicto, el mismo que con el pasar de las horas se agrava, advirtiéndose el desarrollo de una cruenta guerra civil de insospechadas connotaciones.

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