¿AL BORDE DEL DESBORDE?


El Ecuador dejó de ser una isla de paz. El pueblo llano, aquel que no dispone de la compañía de guardaespaldas ni de vehículos blindados para recorrer las cada vez más conflictivas calles de las ciudades, se siente inseguro y con temor. Y es que de a poco se va instalando el estado de naturaleza descrito por Thomas Hobbes, es decir, la construcción de una sociedad donde impera el miedo, la desconfianza y la muerte.

En efecto, atrás quedaron las llamadas percepciones sobre inseguridad, cuya díscola e insensata afirmación hoy ha sido sepultada por una lacerante realidad cargada de hechos violentos y de peligros que amenazan no solamente la propiedad de los bienes, sino ante todo la vida de las personas. Lo cierto es que cada vez se acentúa la sentencia hobbesiana: “Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre. Hoy quisiéramos escuchar los argumentos de aquellos burócratas o intelectuales conversos a la carta que se atreven a formular -sin siquiera sonrojarse- teorías detrás de cómodos escritorios, desconociendo las profundas y complejas relaciones que plantea el mundo del siglo XXI.

Lo cierto es que el Presidente Rafael Correa, reconociendo lo delicado de este momento, mediante Decreto Ejecutivo 82 del 30-09-2009, declara el estado de excepción, por sesenta días, sin suspensión de derechos, en las ciudades de Quito, Guayaquil y Manta, a fin de enfrentar en forma coordinada entre Policía Nacional y Fuerzas Armadas, la arremetida del crimen organizado.

Está bien que la Fuerza Pública se una para efectuar “operativos de control anti-delincuencial, de armas y vehiculares”; no obstante, cabe preguntarse si esta medida temporal ¿es suficiente para combatir eficazmente a uno de los problemas que más angustia a la población?

No olvidemos que la lucha contra la delincuencia no se logra incrementando únicamente el número de soldados y fusiles en las calles. Es necesario, si bien apuntalar la aplicación del monopolio de la violencia legítima a cargo del estado, promover ante todo una cultura de paz y no violencia, acompañada de un mejoramiento de las condiciones económicas y sociales de la gente, cuya desatención alimenta la típica violencia estructural.

Asimismo, resulta imperioso rescatar de su postración al estado de derecho, paradójicamente debilitado con reformas legales y violaciones permanentes a la Constitución, olvidando que el “derecho de uno termina cuando comienza el de los otros”, para lo cual hay que reconocer con entereza que la moral y la ética guardan una estrecha relación con el marco normativo e institucional y que, por lo mismo, no admite dobles discursos.

Y aquí juega un papel determinante el ejemplo de los líderes y gobernantes. Difícilmente podrá exigírsele a nuestra juventud una actitud pacífica y solidaria si a diario recibe mensajes erráticos y contradictorios. El Ecuador y su gente está harta de observar el canibalismo político, las descalificaciones e insultos de uno y otro bando. El ciudadano está cansado de respirar violencia por todas partes, tanto en la esfera de lo público como en lo privado.

Se requiere restablecer las condiciones de tranquilidad y armonía. La presencia de la policía y de las fuerzas armadas por sí solas ciertamente son insuficientes…

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