EL ALDEANO VANIDOSO


Son algunos años que Loja dejó de ser uno de los centros urbanos que la opinión pública nacional tomaba como referencia. Y no solamente menciono el hecho de que la ciudad haya perdido su brillo y, sobre todo, esa dinamia que identificó su indiscutible crecimiento y progreso en la era del ‘Chato’ Castillo, la cual fue reconocida sin reticencias por propios y extraños, siendo incluso su modelo replicado en otras latitudes. También, hay que decirlo, ahora lamentablemente la voz del sur se ha apagado o, mejor dicho, apenas si se deja escuchar.

En realidad, aún recordamos por ejemplo como las administraciones municipales de Paco Moncayo en Quito, Fernando Cordero en Cuenca y José Bolívar Castillo en Loja, dejaban escuchar con nitidez su pensamiento, así como exponían sus proyectos y algo fundamental: exigían con energía los derechos de sus respectivas comunidades.

Como vemos, el retroceso es notorio y desalentador. De autoridades con un perfil intelectual amplio y de una personalidad perfectamente definida y firme, hemos pasado a un escenario donde la autoridad se presenta desorientada, silente y dócil. O si no, aún están frescas aquellas imágenes de un Alcalde pusilánime reprendido en público por el Presidente de la República, y que no atinara a otra reacción que atornillar su mirada al piso en una imperdonable muestra de sumisión.

Lo cierto es que cuando hemos iniciado el segundo decenio del siglo XXI, Loja está impregnada de un fuerte tufo pueblerino, esto es, presenta un rostro salpicado del parroquialismo más atrevido. Por sus calles atiborradas de vehículos y donde el ruido es parte del paisaje citadino, se dejan ver desparramados a lo largo del vecindario, los baches, las zanjas, los comerciantes informales, los mendigos, las mujeres de conducta cero y quienes se han entregado a los brazos del Dios Baco, divinidad que a propósito debe estar de pláceme con la proliferación a niveles intolerables de bares, discotecas, cantinas y licorerías.

Pero insisto, más allá de esta estampa pueblerina que de por sí es censurable, resulta preocupante que tengamos autoridades que se auto-impongan mordazas y no dejen escuchar su voz. A este paso, es probable que se cumpla aquello que decía Mario Benedetti: “hay ciudades que son capitales de audacia / y otras que apenas son escombreras del miedo”.

Es hora de exigir a nuestras autoridades y representantes que defiendan los temas sensibles para nuestra comunidad y el país, valga decir la descentralización, las asignaciones presupuestarias, la integración y el efectivo desarrollo fronterizo, la provisión de infraestructura y de servicios básicos, etc. Asimismo, necesitamos que se pronuncien sobre cuerpos normativos trascendentales como la ley de comunicación, de educación superior, registro de datos, regulación del servicio público y de los recursos hídricos, etc.

Además, necesitamos conocer qué piensan sobre lo que sucede fuera de nuestras fronteras. El calentamiento global, el narcotráfico, las tensiones regionales, las amenazas terroristas, entre otros temas; pues, de otra manera estarían cayendo en la advertencia que hiciera José Martí al afirmar que “cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal…”.

El pueblo bien o mal eligió a sus representantes, pero no a aldeanos vanidosos, que ante el fracaso de su gestión, ahora pretendan distraer la atención ciudadana con anuncios que alertan la presencia de vientos desestabilizadores.

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