EL BURDEL POLITICO


A pesar de las buenas intenciones y de las renovadas promesas que generalmente se hacen con ocasión del nuevo año, el escenario del Ecuador-2010, hay que decirlo, se presenta plagado de incertidumbres y lo que es más inquietante, envuelto en un sofocante clima de conflictividad social; pues, no solamente se debe atender los altos niveles de desempleo y subempleo que registra la economía doméstica y que afectan a los sectores más pobres y desprotegidos de la población, sino también enderezar a una díscola política criolla que no logra dar respuestas a las exigencias que plantea un pueblo hoy agobiado por múltiples demandas insatisfechas, lo cual hace, según lo advierte el informe Latinobarómetro-2009, que un 36% de ecuatorianos consideren al sistema político como vulnerable a los golpes de estado, en tanto la democracia no alcanza aún su mayoría de edad.

Lamentablemente, y cuando ya hemos iniciado la segunda década del siglo XXI, en el Ecuador, los políticos, o mejor dicho, los aprendices de políticos, no han entendido la enorme responsabilidad que tienen, con base al poder que ostentan, ya sea como autoridades, representantes o funcionarios públicos, de ofrecer soluciones a los problemas que aquejan a los ciudadanos, así como crear las condiciones necesarias para alcanzar un crecimiento y desarrollo económico sostenidos.

Pero no. La política dejó de ser el arte de gobernar a los pueblos para convertirse, en muchos casos, en un instrumento para la defensa de intereses personales o de grupos de presión, claro está en detrimento del bienestar colectivo.

En definitiva, la política y los políticos, con honrosas excepciones, han degradado a esta noble actividad a la condición de mercancía, asignándole una tarifa que la fija un mercado desarmado en principios éticos. De ahí que se hable de la ‘trata’ de la política.

Si. En la política también está presente la profesión más antigua del mundo. Hermosas vedettes, vestidas de acuerdo con la ocasión, muestran su desnudez moral al subordinar sus posturas ideológicas al acceso de posiciones burocráticas o defensa de migajas de poder. Así, ayer hombres o mujeres, por ejemplo, que sirvieron a la derecha más recalcitrante, hoy sin sonrojarse son fervorosos defensores de las revoluciones.

A propósito, no olvidamos como en el desparecido Congreso Nacional se escuchaban voces que alertaban de la existencia del trueque de votos para apoyar o bloquear iniciativas a cambio de favores o prebendas.

También, en este mercado amoral que no reconoce los límites que impone la condición humana, están quienes con el silencio cómplice aplican a su modo la máxima: dejar hacer, dejar pasar, y con ello participar del retaceo de parcelas de un poder transitorio.

De ahí que al hablar de burdeles y política, no se cae en extravagancias o exageraciones, sino más bien apenas se observa los hilos que enlazan estos dos términos unidos por la venta al mejor postor de la dignidad de las personas.

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