Y AHORA, LA NATURALEZA...


El Presidente Rafael Correa cuenta ya a su favor con varias victorias electorales. En realidad ha vencido en todas las campañas en las que ha participado directamente u ofrecido su apoyado como sucedió con el proceso constituyente, es decir, está invicto en la arena política, al captar el mayoritario respaldo popular en las urnas. Además, al oficialismo se le atribuye el haber sepultado a la partidocracia y a sus dirigentes jurásicos, aunque para otros analistas esto último obedece más bien al desprestigio acumulado por las propias tiendas partidistas lo que derivó en su implosión. No obstante, ya sea por uno u otro motivo, lo cierto es que los partidos políticos en el Ecuador ahora viven sus horas más oscuras y difíciles.

También, el correísmo ha logrado poner en cintura a organizaciones políticas y sociales de presión como la UNE, sindicalistas, transportistas, etc., otrora agrupaciones y movimientos que subyugaban a gobiernos e imponían sus puntos de vista, si era necesario a punta de garrote como en el caso de los seguidores de Mao Tse Tung.

En el ámbito externo, el gobierno ha sabido mantener a raya tanto al Tio Sam como a los organismos internacionales, léase Banco Mundial y el FMI, quienes hasta hace no muchos años eran los que imponían Cartas de Intención a nerviosos Mandatarios y Ministros de Economía, así como lesivos tratados internacionales como el de la utilización de la Base de Manta, ventajosamente hoy ya sin efecto.

Así mencionados estos tres temas a modo de ejemplo, y más allá de que se diga que en el país exista el peligro de la instauración de la dictadura del partido único, de la inacción de los movimientos sociales o del aislamiento internacional, hay que reconocer que la revolución ciudadana en éstos como en otros aspectos ha obtenido una importante ventaja.

Y tanto es la euforia del gobierno que ahora el Econ. Correa está dispuesto no solamente a luchar contra la naturaleza y sus designios, sino a derrotarla si es preciso para cumplir con los objetivos de su revolución.

Pero en este caso, a diferencia de los anteriores, las mentes lúcidas y corazones ardientes deberían saber que no hay que confrontar a la naturaleza, sino más bien cuidarla y proponer un modelo de desarrollo que gire en torno a la defensa del medio ambiente. Lo otro, no es más que palabras huecas impregnadas con un desagradable tufillo a soberbia sin nombre.

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